Cualquier tipo de intervención sonora realizada en un espacio público (instalación, escultura, performance y hasta un simple concierto) observa la particularidad de no poder definir con precisión sus límites espaciales.
Una sala de conciertos separa la obra de la "realidad" de una manera tajante, pero esa frontera no existe al aire libre.
En espacios abiertos hay una interesante zona de "transición" (que puede abarcar unos pocos metros hasta varias cuadras) en las que el espectador va sumergiéndose paulatinamente en la intervención sonora.
Las características de este tránsito (un crossfade a escala natural) se modificarán según el tipo de materia sonora involucrado, tanto de la intervención, como del paisaje circundante, como así también del grado de preaviso del espectador o potencial espectador.
Si la intervención se nutre de sonidos similares a los del paisaje sonoro, se puede producir una total mimetización lo que llevaría a una especie de "suma cero", una paradoja cageana.
También puede crear espejismos sonoros, como los de escuchar una Plaza de Mayo repleta de gente, pero empezar a sospechar, cuando faltan dos cuadras para entrar, porque la voz del orador es Perón, o Alfonsín.
También, por obra y gracia de los ecos y la reverberación, puede dar pie a diferentes versiones y mezclas de obras sonoras pensadas para un determinado cono de audición en condiciones de nitidez, como ocurrió con el público que asistió a la performance del Puente de Calatrava, y se quedó en el Malecón Oeste. Veían el puente girado y escuchaba una obra. Pero no sabían que estaban detrás de lo 30 mil watts que los parlantes lanzaban hacia la otra orilla y que les llegaba, como una onírica versión del original, gracias los múltiples rebotes en el murallón del Dique 3 y el monumental silo que lo enfrentaba
CUATRO PLACAS DE VIDRIO (performance)
Hace 2 semanas
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