Nuevas poéticas sonoras
Por Francisco Kropfl
(compositor, pionero de la música electroacústica argentina; fundador, en 1958; del primer laboratorio electroacústico de la Argentina)
Públicado en “Ñ” suplemento cultural del diario Clarín, del sábado 5 de febrero de 2005
Hoy, gracias a los medios provistos por la tecnología del sonid, conviven junto a la música –la más antigua de las “poéticas sonoras”– otras manifestaciones de arte sonoro. Estas comienzan a proliferar en la segunda década del siglo XX como derivaciones del futurismo y el dadaísmo, dos vanguardias fundamentales en la liberación de las concepciones artísticas del siglo. Pero recién después de la Segunda Guerra Mundial los avances tecnológicos establecen definitivamente experiencias tendientes a nuevas expresiones sonoras.
Pierre Schaeffer, un ingeniero de la Radio Televisión Francesa con inclinaciones musicales, inventa, en 1948, una nueva “poética sonora”, llamada Música Concreta, basada en la captación microfónica, el registro y montaje de cualquier sonido del ámbito cotidiano: los ruidos de la ciudad, conviven con sonidos de la naturaleza, voces, instrumentos musicales modificados, etc. Paralelamente suge en 1950 la música electrónica en Alemania con Karlheinz Stockhausen como su representante más notorio. Sus autores rechazaban todo tipo de alusión a sonidos provenientes del ámbito cotidiano. Su propósito era el de compones con sonidos exclusivamente electrónicos y realizar una síntesis mediante osciladores, encaminada a un diseño sonoro preciseo que se intergrarar con el plan global de la obra.
Los dos movimientos –música concreta y música electrónica– fueron inicialmente antagónicos. Con el tiempo las diferencias se diluyeron y se terminó utilizando para cualquiera de las orientaciones posteriores la denominación música electroacústica.
La irrupción de este modo de concebir el arte sonoro creó fuertes controversias y una disyuntiva drástica en cuanto a los límites de lo que podía denominarse música. Schaeffer responde a las críticas con una afirmación rotunda: “la música es un modo de escuchar”, trasladando el problema al oyente. En este orden de cosas, podría ampliarse lo expresado por Schaeffer diciendo que “el artes es un modo de percibir”.
Abraham Moles, un especialista en Teoría de la Informaciónm, plantea en su libreo “Teoría de la información y percepción artística”, la existencia de dos modos de aproximación a los hechos y objetos de la realidad: un modo semántico asociado a los significados racionalizados y un modo estético, relacionado con la captación de “las normas sensibles”, condición para ingresar al universo del arte. Esta otra “mirada” o modo de escuchar permitiría poner en valor las nuevas “poéticas sonoras” tan alejadas de nuestra experiencia con aquella otra “poética” que desde tiempos remotos llamamos música.
El panorama actual del arte sonoro –de las poéticas sonoras– involucrado en la exploración de los medios tecnológicos es amplio. Además de la “tradicional” música electroacústica con sus derivaciones tales como las experiencias con múltiples parlantes (acusmática), ejecución y transformación en vivo existen los paisajes sonoros (soundscape) las instalaciones, las performances y sus asociaciones con manifestaciones multimedia y otros emprendimientos difíciles de definir.
Al mismo tiempo, la tecnología ocupa un rol importante en los rituales masivos y espectáculos de la música popular reflejado en un modo manifiesto en la práctica de los Djays o de los grupos de la música electrónica pop.
Un aspecto particularmente importante de las tendendica atcuales del arte sonoro involucrada con los medios tecnológicos es la irrupción en los espacios públicos, una manifestación sociocultural significativa ya que sumerge a los habitantes de las ciudades en experiencias sensibles intensas, dando lugar, a su vez, a un nuevo modo de sensibilización colectiva para las artes del sonido. En este sentido, proyectos de la joven generación, como, entre otros. “Mayo, los sonido de La Plaza”, a cargo de Martín Liut, Gustavo Basso y Mariano Cura y “Alto en la torre”, de Nicolás Varchausky, son contribuciones importantes.
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